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Camarada cowboy

Pagina12 01/2005

La increíble historia de Dean Reed, el cantante folk norteamericano que viajó a Buenos Aires en los '60, filmó con Palito Ortega, causó furor entre las chicas, cruzó a Chile y se convirtió en un fervoroso vocero del socialismo soviético.

El Elvis Rojo

Como cantante country no valía gran cosa. Pero era alto y guapo y norteamericano, y a principios de los '60 una de sus canciones de amor sacudió los charts de dos remotos países sudamericanos. Entonces Dean Reed nació de nuevo. En Chile y Argentina arrasó entre las chicas, protagonizó películas y fue tapa de todas las revistas. Pero descubrió también la miseria, la represión de las dictaduras y una entusiasta vocación política que en pocos años lo llevaría a convertirse en el embajador musical del socialismo en plena Guerra Fría. En 1986 lo encontraron flotando en un lago de Berlín Oriental. ¿Era un espía soviético? ¿Un agente de la CIA? ¿Un fracasado sin esperanzas? Parte de un libro en preparación, lo que sigue es la vida de Dean Reed, (a) Míster Simpatía, (a) el Elvis Rojo: el hombre que le robó la novia a Palito Ortega y llevó el rock a la Plaza Roja de Moscú antes que nadie.

Por Eduardo Montes-Bradley

Pagina12 01/2005

Antes de las cookies y los pop-up windows de Internet hubo bumper stickers, esas calcomanías que se adherían a los paragolpes de los coches y proclamaban la filiación política del conductor o su estado civil, la condición de alumno destacado del gordito que saluda apoyado en la luneta trasera, las simpatías por algún equipo de béisbol, que los marines tienen que irse de Nicaragua o que se ama Nueva York aunque la patente diga Nebraska. Hoy ya no se ven bumper stickers, en parte porque lo que desapareció fueron los paragolpes y, no habiendo donde pegar las consignas, la oferta fue desapareciendo. Por eso me llamó tanto la atención encontrarme frente al más enigmático que jamás haya leído: Who's Dean Reed? ("¿Quién es Dean Reed?"). Por una vez, el sticker no buscaba marcar diferencias ni señalar simpatías; postulaba un enigma. Y llevaba más de veinte años pegado en el paragolpes de ese Volvo.

Entre muchas otras cosas, Reed es el protagonista de American Rebel, un documental de Will Roberts donde este cowboy alto, rubio y de ojos claros, mediocre cantante folk, confiesa abiertamente su conversión al marxismo-leninismo, su simpatía por las luchas obreras, su fervor socialista. También aparece cantando para Arafat y las tropas sandinistas, en Chile en tiempos de la represión y en la Plaza Roja asediado por adolescentes, como si fuera un beatle cualquiera. El film de Roberts es una suerte de respuesta tardía a Alicia en el país de las maravillas, aunque los decorados que elige Reed para sus viajes estén más cerca de Jonathan Swift que de Lewis Caroll.

En 1985, cuando "American Rebel" se exhibió en Denver, Ronald W. Reagan cursaba el primer año de su segundo mandato y la URSS era, según sus palabras, "el imperio maligno", el mismo en el que Dean Reed vendía centenares de miles de discos y había protagonizado decenas de films. Estados Unidos tenía a Baryshnikov; los rusos a Reed, el Elvis Rojo, el Johnny Cash de los Cárpatos, el Kenny Rogers de los Urales, el Clint Eastwood de la lucha por la paz. Con el tiempo, el vaquero socialista acabaría por convertirse en una postal descolorida de la Guerra Fría. Pero por simple que fuera, el enigma no estaba resuelto: la historia no terminaba de contarse. Algo del nombre de Reed me era mucho más familiar. Quizás fuera el eco del otro Reed, que inauguró la conversión hacia el Este a principios del siglo XX, en aquellos diez días que conmovieron al mundo, y reencarnó en Reds en el pellejo de Warren Beatty. (A Dean, ahora, podría tocarle llegar al cine de la mano de Tom Hanks.)

Pero a mí algo seguía faltándome en la historia del camarada cowboy.

Me faltaba su destino latinoamericano.

Porque fue en el Sur donde Dean Reed, acaso sin saberlo, empezó a entregarse a la causa del internacionalismo proletario. Antes de integrar el top ten de las prioridades soviéticas, el cowboy ("Míster Simpatía") había arrancado suspiros de las chicas porteñas. Había frecuentado los estudios de Radio Mitre, el auditorio de la UOM y los carritos de la costanera. Había estado preso en Devoto y calavereado en las boîtes de moda. Había pisado los mismos sets que Andrea del Boca y aparecido a menudo en los "Sábados Circulares de Mancera". Fue aquí, en Buenos Aires, donde yo mismo lo vi moviéndose como Elvis en la pantalla cóncava del Philips que mi zeide había comprado en cuotas a un cuentenik de Burzaco. Y fue aquí, en plena calle Lavalle, donde Reed firmó autógrafos después del estreno de la película de Enrique Carreras donde se atrevía a soplarle la novia a Palito Ortega. Y esa misma fiebre la había protagonizado poco antes en Chile, donde un inesperado éxito musical, sumado al contacto con Pablo Neruda y la familia Parra, lo habían llevado a politizarse hasta ultrajar, en un episodio memorable, a su propia embajada en Santiago.

De modo que si los soviéticos lo consagraron, nosotros –los del Sur– lo habíamos convertido.

Un vaquero en Beverly Hills

Dean Reed nació el 22 de septiembre de 1938 en Wheat Ridge (hoy un suburbio de Denver), mientras Chamberlain volaba a encontrarse con Hitler para discutir el destino de Checoslovaquia, y cuarenta y ocho años después apareció flotando, muerto, en el lago Schmockwitz de Berlín Oriental, a pocos pasos del departamento donde vivía con su tercera esposa. En más de un sentido, su vida es un espejo de los años que van del apogeo del fascismo al derrumbe del bloque socialista.

Hacia fines de los '50 se había instalado en Los Ángeles, donde firmó contrato con Capitol Records y la Warner Brothers. Hollywood se recuperaba de las cacerías de brujas del macartismo y los "rojos" que se atrevían a asomar las narices lo hacían con todas las precauciones del caso. Uno de ellos era Paton Price, tutor de Reed en la academia de actores de la Warner. O algo más que tutor: en los '60, el plan de entrenamiento actoral contemplaba, entre otras cosas, el debut del cowboy en un burdel de lujo y la voluntad de luchar por la paz en el mundo. Sólo que La Paz, por entonces, era una marca registrada del bloque socialista. Reed, pupilo aplicado, aprendió mucho de Paton.

En aquellos años, hubo otros que sacaban la cabeza fuera del agua por primera vez, y algunos hasta se animaban a subir el volumen para que los acordes del banjo de Pete Seeger se filtraran en las habitaciones del vecino. El grito de guerra The russians are coming! iba disipándose a medida que los rusos no movían un solo tanque: los rusos no venían y los rojos locales se volvieron cada vez más audaces. La revolución ya no tenía lugar en tierras exóticas bajo nombres extravagantes: aquí y ahora sucedían hechos que tenían a la clase media norteamericana sumamente alterada. Sin ir más lejos: la aparición de Elvis Presley en el horizonte del Mississippi. Yendo un poco más lejos: Cuba. (¿Por qué no pensar que los pelos y barbas de Santa Mónica y el Escambray eran parte de un mismo fenómeno de la cultura pop?)

Cuando el Che hizo su aparición estelar en el foro de las Naciones Unidas, Dean Reed ya había grabado varios discos, había aprendido mucho en poco tiempo y acababa de descubrir, de la mano de un señor llamado Hugh Heffner, algo que martirizaba a su padre, el republicano furioso Cyril Reed, y tenía a toda su generación caminando con las manos: el sexo. Estados Unidos estaba cambiando. En California vuelan las bragas y se rompen límites; en Santa Clara y Matanza se organizan actos de repudio que establecen nuevos límites y se refuerzan los calzones bajo la celosa mirada de la moral revolucionaria. Con las bragas de los primeros también vuelan muchos otros resabios de la cultura rural y se consolida definitivamente un hecho revolucionario trascendente: el rock'n roll.

Así estaban las cosas cuando Reed recibe una llamada de Capitol Records. Teme lo peor: ninguno de sus discos ha tenido nada que se parezca a un éxito. Pero la discográfica le anuncia que su suerte está cambiando: su simple "Our Summer Romance" ha alcanzado el puesto número uno en el ranking de... ¡Argentina! En realidad, no sólo de Argentina: también de Chile y Perú. De golpe Sudamérica se presenta como un horizonte. Pero ¿dónde queda? Por aquel entonces, un bumper sticker rezaba: God is Alive and Well, in Argentina ("Dios está vivo y bien en la Argentina"). La leyenda parece escrita para Reed, que de la mañana a la noche se había convertido en un semidiós para las comunidades jóvenes de allá abajo.

Del lado chileno

A principios de 1962, Dean Reed obtuvo su pasaporte norteamericano. Supuestamente debía embarcarse con destino a Santiago el 9 de marzo. Como todos los pasaportes emitidos en aquellos años, el suyo llevaba inscripta la leyenda No válido para viajar a Albania, Cuba y las partes de China, Corea y Vietnam bajo control comunista. Con esa advertencia empieza la saga Reed, todo un símbolo de la era Eisenhower. Es poco probable que el cowboy llevara un ejemplar de La otra América: Pobreza en los Estados Unidos (1962), el libro clásico de Michael Harrington, fundador y líder del partido Democratic Socialists of America, que había calado hondo en la nuevas corrientes liberales norteamericanas. Reed no era muy afecto a la lectura; por lo general, tocaba de oído. Su formación era intuitiva, solidaria, voluntarista. En ese sentido, el universo que encuentra al llegar a Chile es ideal para poner en práctica la retórica aprendida de Paton al compás de la música de Pete Seeger y los versos de Woody Guthrie. La afinidad con las luchas revolucionarias latinoamericanas de aquellos días reclama pocos requisitos ideológicos: basta reconocer las diferencias entre pobres y ricos y abogar por un mundo en el que todos tengan techo, cuidados médicos y educación básica. Reed no tardará en abrazar esas tres banderas del socialismo.

El cantante desembarca en Santiago poco antes de que arranquen las operaciones clandestinas de la CIA que culminarán una década más tarde con el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Hasta entonces, Chile había sido un país menor en la agenda de Washington. Pero el horno no estaba para bollos: mientras Cuba se había declarado abiertamente comunista y Lyndon B. Johnson anunciaba no estar dispuesto a ceder más terreno al enemigo soviético, Chile navegaba una transición incierta: en 1958, Salvador Allende había perdido la presidencia por el 3 por ciento de los votos. Las próximas elecciones, previstas para 1964, serían sin duda el siguiente round de la Guerra Fría, o al menos un desafío.

Reed esperaba encontrarse en el aeropuerto de Santiago con algún representante de Capitol Records. Encontró en cambio una multitud de adolescentes histéricas que aullaban ¡Viva Dean! Las pancartas con su foto y su nombre en letras gigantes podían leerse desde la ventanilla del avión. El cowboy descubría América, la revolución y la fama, todo al mismo tiempo, el día en que perdía la camisa a manos de una fan desesperada. Esa noche se hospedó en el Hotel Carrera, a un costado de la Casa de la Moneda donde culminaría el proyecto golpista de la CIA.

Reed no tarda en conocer a Pablo Neruda y Víctor Jara, por entonces miembro del equipo estable de directores del Instituto del Teatro de la Universidad de Chile. Jara, hijo de campesinos y ex seminarista, es un poco mayor que Reed. Los dos vienen del campo, los dos padecieron los prejuicios religiosos de sus padres. Por otro lado, los folcloristas chilenos están muy influenciados por Violeta Parra, que ya ha viajado a la Unión Soviética y volverá a hacerlo varias veces hasta fijar, por fin, su residencia en París, lo que favorece la movilidad entre un continente y otro. El Partido Comunista chileno tenía buena llegada entre músicos y artistas y lo mismo sucede en la Argentina, adonde Reed viaja por primera vez para realizar un par de actuaciones en televisión.

Del lado argentino

Como en Chile había frecuentado a Parra y Jara, Reed contacta en Argentina a Horacio Guarany y algunos artistas vinculados con el PC. Pero el cruce de la cordillera parece autorizarlo a darse un lujo nuevo: coquetear con la frivolidad. Y la frivolidad, en aquellos años, se llamaba la Nueva Ola. Y la Nueva Ola argentina tenía nombre y apellido: Ramón Ortega.

Quizá fue durante la gira chilena de Carlinhos y su Banda cuando Ortega, por entonces un joven baterista, conoció a Dean Reed. El cowboy nunca llegó a narrar ese primer encuentro, y hoy Ortega tiene pasatiempos más importantes que ponerse a evocar al rubio que casi le birla la novia. Lo cierto es que, luego de aquel supuesto encuentro en Chile, Ortega se separa del grupo y desde una oscura pensión de Mendoza lanza su carrera como Nery Nelson. Pero ese primer nombre artístico no tardará en sucumbir a otro: Palito. Como Reed, Palito Ortega usaba botamangas ajustadas (lo que enflaquecía todavía más sus ya delgadas piernas, que le habían inspirado su nom de guerre). También ensayaba el movimiento de cadera sin levantar ni mover los pies, balanceando los brazos de un lado hacia el otro, como anunciando el twist que se venía. Reed había dejado el campo por la ciudad en 1958; Palito apenas dos años antes. Y Buenos Aires es a Tucumán un poco lo que Hollywood a Wheat Ridge. Esas curiosas coincidencias convergen en una particularmente notable: los sets de filmación de dos largometrajes dirigidos por Enrique Carreras. En una de ella, Mi primera novia, Palito y Reed se disputan nada menos que a Evangelina Salazar. El tucumano se la queda en la vida real, pero en el film el que triunfa es el rubio.

Yo quiero a mi bandera

Las chicas del sur que persiguen a Dean Reed para arrancarle la camisa no sólo son beligerantes en términos hormonales; también hablan el mismo idioma de Paton y los liberales de California. Dean, por su parte, se opone a las pruebas nucleares que los Estados Unidos realizan en el Pacífico sur, y en señal de protesta lava la bandera de las franjas y estrellas frente a la embajada norteamericana de Santiago. El hecho cobra notoriedad: Reed aparece en una fotografía cuando es arrestado y durante el resto de su vida hablará de ese día como el fundador de su reencarnación en revolucionario.

De allí en más, Reed dirá que aquel día quiso lavar la sangre del pueblo vietnamita. Los chilenos, sin embargo, hicieron notar un detalle curioso: ¿por qué lavar la bandera con detergente y no quemarla, como era la rutina en esos casos? El matiz no es insignificante: Dean lava lo que entiende que se puede limpiar, mientras que la quema es un recurso sin apelaciones. Si Reed quema la bandera, quema las naves; si las lava, podrá usarlas cuando quiera. Y las va a usar.

De hecho, a lo largo de su vida, Reed se cansó de dar entrevistas junto al hogar a leña de su departamento de Berlín donde colgaba la bandera del escándalo. En rigor, lo que Dean Reed nunca contó fue que si ese mismo día lo pusieron en libertad fue gracias a la intervención del consulado, el mismo que supuestamente lo tenía fichado como tipo peligroso. Ése es uno de los detalles que esgrimen como evidencia los que piensan en Dean Reed como el más conspicuo de todos los agentes de la CIA. Una vez más: Who's Dean Reed?

Al Este del paraíso

En junio de 1965, el mismo año de "Mi primera novia", Reed viaja como delegado –supuestamente argentino– al Congreso por la Paz en Helsinki. Por qué y cómo llega hasta ahí es todo un misterio. Ni siquiera Reggie Nadelson ha podido desentrañarlo. Nadelson es el laborioso autor de Comrade Rockstar, una formidable biografía del cowboy que le llevó diez años de trabajo siguiéndole los pasos. Ahí se desovilla prolijamente el entretejido de relaciones, vínculos y circunstancias que le permitieron a Reed consolidarse como una de las figuras públicas más destacadas del bloque socialista.

Después de ese primer contacto con la URSS, Reed regresa a Buenos Aires y encuentra el paisaje cambiado: Illia ha sido reemplazado por Onganía. Sus declaraciones sobre el congreso de Helsinki son motivo suficiente para que las autoridades decidan deportarlo. Al menos así lo declaró Dean cada vez que tuvo oportunidad de contar cómo había sido su transformación de gusano en mariposa, de capitalista en comunista. A todos los que quisieran verla, Reed les mostraba la foto en que se lo ve con un smoking de seda, escoltado por unos policías sonrientes que le profesan más admiración que otra cosa. La imagen no parece estar a la altura de los ultrajes de la época. Por otra parte, salvo las que retratan esos dos episodios heroicos, no hay muchas otras fotos del paso de Dean Reed por Buenos Aires o Santiago. Lo cierto es que Dean se fue (o lo fueron) a Roma, donde trabajó en varios westerns spaghetti. Hizo de corsario, de pirata, de karateca, de Zorro y de cazador de fortunas. Entretanto siguió con los viajes a la URSS, hasta que finalmente, en un festival de cine en Leipzig (Alemania Oriental), conoció a Renata Blume, una actriz alemana con la que acabó casándose y compartiendo el sexto piso "A" del edificio de Schmockwitz Damm (Berlín Oriental) donde se quedaría hasta su oscura muerte, en junio de 1986. A lo largo de esos veinte años realizó un centenar de giras por toda la Unión Soviética, China, Medio Oriente, Cuba y Nicaragua. Filmó películas antiamericanas en Rumania y dirigió un desconcertante documental sobre Víctor Jara. Cantó para Arafat, para las tropas el Vietcong, para los sandinistas en plena campaña y para el mismísimo Brezhnev, que se jactaba –al igual que Honecker o Ceaucescu– de ser "amigo personal de Dinrrid".

¿Era su status de estrella lo que le permitía visitar tanto los Estados Unidos? La idea de que hubiera desertado no se ajusta a la frecuencia con la que viajaba –no sólo a EE.UU. sino a Londres, París y muchos otros destinos del mundo capitalista– sin ningún tipo de reparos por parte de las autoridades. (La Argentina, cuándo no, fue la excepción. En julio de 1971 Reed intentó volver, pero el gobierno le negó la entrada. Ingresó clandestinamente vía Uruguay y fue detenido y enviado al pabellón de contraventores de Villa Devoto, donde lo primero que hicieron fue cortarle el pelo. "Podría ser el corte de cabello más caro de mi vida", declaró a la revista Siete Días, "ya que el 13 debía comenzar a filmar un western de acuerdo con un contrato firmado. Si me aguardan una semana más, podría hacer el film. Lo que no sé es cómo vamos a hacer para explicar que mi personaje tenga un corte de pelo 'a lo preso'.") El diario Pravda había dicho que Reed "había abandonado su país en señal de protesta por la injusta guerra en Vietnam". Pero en todos esos años, por curioso que resulte, no hubo un solo abril en que el ciudadano norteamericano Dean Read no presentara su declaración de impuestos ante el Internal Revenue Service de los Estados Unidos.

Dean Reed todavía tiene fans en muchas partes del mundo y hasta un sitio en la web (www.deanreed.de). Cada vez que tengo oportunidad de hablar con algún ruso, rumano, búlgaro o argentino, les pregunto si se acuerdan de Dean Reed y trato de armar la imagen que más me complazca ese día dándole a la pregunta del bumper sticker nuevas interpretaciones. Quizá las más curiosas sean las que giran alrededor de su muerte. O su no muerte. Hay quienes creen que la CIA, la misma que lo habría contratado en 1963, tuvo que cargárselo cuando Reed decidió regresar a Colorado. Otros sospechan de la Stasi (la policía secreta de Alemania comunista) y mencionan ciertos 300 mil dólares que Reed guardaba en una caja de seguridad en Berlín Occidental. Abundan, desde luego, las conspiraciones atribuidas a bandas neonazis y maridos celosos. Quizá la conjetura más romántica sea la que sostiene que Reed se suicida al ver lo que se le viene cuando las bandas de rock norteamericanas empiezan a invadir el este europeo. Después de todo, el mundo comunista era un territorio que le pertenecía casi exclusivamente. Ahora, con la Perestroika, competidores como Billy Joel llenaban la Plaza Roja y hasta le arrancaban aplausos a la momia de Lenin.

Pero la versión que definitivamente se lleva todos los premios es la que lo supone aún con vida, a los 67 años, en algún lugar del sur de la Argentina. Como Dios, Dean is Alive and Well, in Argentina.

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Genosse Cowboy

Die unglaubliche Geschichte von Dean Reed, dem US-amerikanischen Folk-Sänger, der in den 60er Jahren nach Buenos Aires reiste, mit Palito Ortega filmte, der unter den jungen Mädchen Begeisterungsstürme auslöste, Chile durchquerte und zu einem leidenschaftlichen Verfechter des sowjetischen Sozialismus wurde.

Der rote Elvis

Als Country-Sänger machte er nicht soviel her. Aber er war groß und hübsch und er war US-Amerikaner. Anfang der 60er Jahre schaffte es eines seiner Liebeslieder bis in die Charts von zwei entfernten südamerikanischen Ländern. Da wurde Dean Reed noch einmal geboren. In Chile und Argentinien war er der Schwarm aller jungen Mädchen, spielte Hauptrollen in Filmen und war auf den Titelseiten aller Zeitschriften zu sehen. Aber er erkannte auch die Not, die Unterdrückung durch die Diktaturen und eine begeisterte politische Berufung, die ihn mitten im Kalten Krieg innerhalb weniger Jahre zum musikalischen Botschafter des Sozialismus werden ließ. 1986 fand man ihn auf dem Grund eines Sees in Ostberlin. War er ein sowjetischer Spion? Ein Agent der CIA? Ein Gescheiterter ohne Hoffnung? Ein Buch über das Leben von Dean Reed ist in Vorbereitung: Mister Sympatico, der rote Elvis, der Mann, der Palito Ortega die Braut ausspannte und den Rock'n'Roll als Erster auf den Roten Platz nach Moskau brachte.

Von Eduardo Montes-Bradley

Schon vor den Cookies und Pop-up-Fenstern im Internet gab es Auto-Aufkleber, auf denen die politische Überzeugung des Fahrers oder sein Familienstand verkündet wurde. Ebenso konnte man auf der Heckscheibe seine Auszeichnung als hervorragender Schüler oder seine Sympathie für eine Baseballmannschaft bekanntgegeben oder verlangen, dass die Marines aus Nikaragua abhauen sollen. Man konnte auch seinen Patriotismus gegenüber New York oder Nebraska zum Ausdruck bringen. Heute sieht man keine Aufkleber mehr auf den Stoßstangen, unter anderem weil die Stoßstangen selbst verschwunden sind. Und da man nicht mehr wusste, wo man die Aufkleber anbringen sollte, verschwand das Angebot. Deshalb war ich so überrascht, als ich den rätselhaftesten Aufkleber las, den ich jemals gesehen hatte: "Wer ist Dean Reed?" Einerseits wollte dieser Aufkleber keine Unterschiede aufzeigen und auch keine Sympathien verkünden, er postulierte einfach ein Rätsel. Und er klebte schon über 20 Jahre an der Stoßstange dieses Volvo.

Reed ist unter anderem die Hauptfigur in "American Rebel", einem Dokumentarfilm von Will Roberts, in dem dieser große, blonde Cowboy mit den hellblauen Augen, der ein mittelmäßiger Folk-Sänger ist, sich offen zu seiner Hinwendung zum Marxismus-Leninismus, seinen Sympathien für die Kämpfe der Arbeiterklasse und seiner Begeisterung für den Sozialismus bekennt. Es ist zu sehen, wie er für Arafat und die sandinistischen Truppen singt. Er singt auch in Chile in den Zeiten der Unterdrückung und auf dem Roten Platz, wo er von Jugendlichen bestürmt wird, als ob er einer von den Beatles wäre. Der Film von Roberts ist eine Art verspätete Antwort auf "Alice im Wunderland", obwohl die Dekorationen, die Reed für seine Reisen wählt, Jonathan Swift näher stehen als Lewis Caroll.

Als "American Rebel" 1985 in Denver vorgestellt wurde, befand sich Ronald W. Reagan gerade im ersten Jahr seiner zweiten Amtszeit und die UdSSR war dessen Worten zufolge "das Reich des Bösen". Und ausgerechnet dort verkaufte Dean Reed Hunderttausende Schallplatten und hatte Dutzende von Filmen gedreht. Die Vereinigten Staaten hatten Baryshnikov und die Russen hatten Reed, den Roten Elvis, den Johnny Cash der Karpaten, den Kenny Rogers vom Ural, den Clint Eastwood des Friedenskampfes. Mit der Zeit wurde der sozialistische Cowboy zu einer verblassten Postkarte des Kalten Krieges. Aber so einfach es auch scheinen mag, das Rätsel war noch nicht gelöst. Die Geschichte wird immer noch weiter erzählt. Irgendetwas in dem Namen von Reed war mir sehr vertraut. Vielleicht war es das Echo eines anderen Reed, der zu Beginn des 20. Jahrhunderts in jenen 10 Tagen, die die Welt erschütterten, die Veränderungen im Osten bekannt machte und in der von Warren Beatty verkörperten Figur wieder auferstand. (Dean könnte jetzt durch Tom Hanks ins Kino kommen.)

Aber irgendetwas fehlte mir immer noch an der Geschichte des Genossen Cowboy.

Mir fehlte sein lateinamerikanisches Schicksal.

Denn im Süden wurde Dean Reed, vielleicht ohne es zu wissen, zu einem Anhänger des proletarischen Internationalismus. Bevor er in die sowjetischen Top Ten aufstieg, hatte der Cowboy ("Mister Sympatico") den Mädchen in Buenos Aires so manchen Seufzer entlockt. Er war Stammgast in den Studios von Radio Mitre und im Hörsaal der UOM. In Devoto wurde er verhaftet und trieb seine Späße in den angesagten Nachtklubs. Er hat die gleichen Sets wie Andrea del Boca betreten und tauchte häufig auf den samstäglichen Mancera-Veranstaltungen auf. Hier in Buenos Aires habe ich ihn selbst im Fernsehen gesehen, wo er sich wie Elvis bewegte. Ich war dabei, als Reed nach der Uraufführung eines Films von Enrique Carreras mitten auf der Straße Lavalle Autogramme gab. Das war der Film, in dem er es gewagt hatte, Palito Ortega die Braut auszuspannen. Und das gleiche Fieber hatte ihn auch kurz zuvor in Chile ergriffen, wo sein unerwarteter musikalischer Erfolg zusammen mit den Kontakten zu Pablo Neruda und der Familie Parra seine politischen Ansichten dermaßen prägten, dass er bei einer denkwürdigen Aktion seine eigene Botschaft in Santiago beleidigte.

Wenn die Sowjets ihn heilig gesprochen haben, so haben wir aus dem Süden bewirkt, dass sich seine Ansichten wandelten.

Ein Viehhirte aus Beverly Hills

Dean Reed wurde am 22. September 1938 in Wheat Ridge (heute ein Vorort von Denver) geboren, als Chamberlain gerade zu einem Treffen mit Hitler flog, mit dem er das Schicksal der Tschechoslowakei besprechen wollte. 48 Jahre später schwamm er tot auf dem Schmöckwitzer See bei Ostberlin, nur wenige Schritte entfernt von der Wohnung, in der er mit seiner dritten Ehefrau lebte. In verschiedener Hinsicht ist sein Leben ein Spiegel der Jahre, die von dem Höhepunkt des Faschismus bis zum Zusammenbruch des Ostblocks reichten.

Gegen Ende der 50er Jahre hatte er sich in Los Angeles eingerichtet, wo er einen Vertrag mit Capitol Records und Warner Brothers unterzeichnete. Hollywood erholte sich gerade von der Hexenjagd der McCarthy-Ära und die "Roten", die es wagten, sich offen zu zeigen, taten dies sehr vorsichtig. Einer von ihnen war Paton Price, der Lehrer von Reed auf der Schauspielschule von Warner Brothers. Möglicherweise war er auch mehr als nur sein Lehrer: In der 60er Jahren sah der Ausbildungsplan der Schauspieler unter anderem auch das Debut des Cowboys in einem Luxusbordell und die Bereitschaft zum Kampf für den Weltfrieden vor. Nur dass eben damals das sozialistische Lager den Kampf für den Frieden für sich gepachtet hatte. Reed war ein gelehriger Schüler und lernte viel von Paton.

In jenen Jahren gab es noch andere, die zum ersten Mal den Kopf aus dem Wasser hoben, und einige wurden sogar so mutig, dass sie die Akkorde des Banjos von Pete Seeger so laut stellten, dass auch der Nachbar sie hören konnte. Der Kriegsruf "Die Russen kommen!" verschwand allmählich, denn die Russen bewegten ja keinen einzigen Panzer. Die Russen kamen nicht und die Roten vor Ort wurden immer kühner. Die Revolution fand nicht mehr irgendwo an exotischen Orten unter extravaganten Namen statt. Hier und jetzt passierten Dinge, die die US-amerikanische Mittelklasse vollkommen veränderten. Ganz in der Nähe erschien Elvis Presley am Horizont des Mississippi. Und etwas weiter entfernt passierte etwas in Kuba. (Ist es so abwegig zu glauben, dass Frisur und Bart des Sängers aus Santa Monica und der Revolutionäre aus dem Escambray-Gebirge Teil der gleichen Erscheinung der Pop-Kultur waren?)

Als Che seine grandiose Rede vor den Vereinten Nationen hielt, hatte Dean Reed schon mehrere Schallplatten aufgenommen, hatte in kurzer Zeit viel gelernt und durch einen Herrn mit dem Namen Hugh Heffner etwas entdeckt, das seinen Vater, den wütenden Republikaner Cyril Reed quälte und seine ganze Generation schockierte: den Sex. Die Vereinigten Staaten veränderten sich. In Kalifornien werden in sexueller Hinsicht Schranken überwunden. In Santa Clara und Matanzas werden Aktionen der Ablehnung organisiert, die neue Grenzen setzen und die sexuelle Freiheit unter dem eifersüchtigen Blick der revolutionären Moral schwächt. Auch viele andere Symbole der ländlichen Kultur werden über Bord geworfen und eine weitreichende revolutionäre Tatsache konsolidiert sich endgültig: der Rock'n'Roll.

Das war der Stand der Dinge, als Reed einen Anruf von Capitol Records bekam. Er befürchtet das Schlimmste: Keine seiner Platten war ein Erfolg geworden. Aber die Plattenfirma kündigt ihm an, dass sein Schicksal sich wendet: Sein einfaches Lied "Our Summer Romance" ist auf Platz 1 der Hitliste in ... Argentinien gelandet. Und in Wirklichkeit nicht nur in Argentinien, sondern auch in Chile und Peru. Auf einmal stellt sich Südamerika als Horizont dar. Aber wo war der? Damals betete ein Aufkleber "Gott lebt und es geht ihm gut in Argentinien". Die Legende erscheint wie extra für Reed geschrieben, der sich über Nacht in einen Halbgott für die jungen Gemeinden da unten verwandelt hatte.

In Chile

Anfang 1962 erhielt Dean Reed seinen US-amerikanischen Pass. Wahrscheinlich wollte er am 9. März nach Santiago reisen. Wie alle Pässe, die in jenen Jahren ausgestellt wurden, trug auch seiner den Vermerk "Nicht gültig für die Einreise nach Albanien, Kuba und die kommunistisch besetzten Teile von China, Korea und Vietnam". Mit diesem Hinweis, einem Symbol der Eisenhower-Ära, begann die Saga von Reed. Es ist wenig wahrscheinlich, dass der Cowboy ein Exemplar des Anderen Amerika bei sich hatte: "Armut in den Vereinigten Staaten" (1962), das klassische Buch von Michael Harrington, Begründer und Führer der Partei "Demokratische Sozialisten Amerikas", der Bewegung in die neuen liberalen Strömungen in den USA gebracht hatte. Reed war nicht unbedingt ein begeisterter Leser, er nahm mehr durch das Hören auf. Seine Bildung war intuitiv, solidarisch, voluntaristisch. In diesem Sinn ist das Universum, das er bei seiner Ankunft in Chile vorfindet, ideal für die praktische Umsetzung der rhetorischen Fähigkeiten, die er bei Paton zum Rhythmus der Musik von Pete Seeger und den Versen von Woody Guthrie erlernt hatte. Die Affinität zu den revolutionären Kämpfen im Lateinamerika jener Tage ist nur an wenige ideologische Voraussetzungen geknüpft. Es genügt, die Unterschiede zwischen Armen und Reichen zu erkennen und für eine Welt zu plädieren, in der jeder ein Dach über dem Kopf hat, medizinische Hilfe und eine Grundschulbildung in Anspruch nehmen kann. Reed zögert nicht, diese drei Banner des Sozialismus zu umarmen.

Der Sänger landet in Santiago kurz vor Beginn der geheimen Operationen der CIA, die zehn Jahre später in dem Putsch vom 11. September 1973 gipfeln sollten. Bis dahin war Chile für Washington eines der kleineren Länder gewesen. Aber man wollte kein Risiko eingehen. Kuba hatte sich offen zu seiner kommunistischen Orientierung bekannt, und Lyndon B. Johnson kündigte an, dass man dem sowjetischen Feind nicht noch weiteres Terrain abtreten wolle. Chile steuerte durch einen unsicheren Wandel. 1958 hatte Salvador Allende mit nur 3 Prozent der Stimmen die Präsidentschaftswahlen verloren. Die nächsten Wahlen, die für 1964 vorgesehen waren, würden zweifellos die nächste Runde des Kalten Krieges einläuten oder zumindest eine Herausforderung darstellen.

Reed hatte erwartet, dass ihn auf dem Flughafen von Santiago ein Vertreter von Capitol Records begrüßen würde. Stattdessen traf er auf eine Menge hysterischer Heranwachsender, die "Viva Dean!" ("Es lebe Dean!") skandierten. Schon aus dem Fenster des Flugzeugs hatte er die Plakate mit seinem Foto und seinem Namen in riesigen Buchstaben lesen können. An dem Tag, als ihm ein verrückter weiblicher Fan das Hemd auszog, entdeckte der Cowboy Amerika, die Revolution und den Ruhm, alles zu gleicher Zeit. In dieser Nacht logierte er im Hotel "Carrera", nur einen Steinwurf von der Moneda entfernt, wo die Putschbestrebungen der CIA ihren Höhepunkt finden sollten. Schon bald wird Reed bekannt mit Pablo Neruda und Victor Jara, der damals festangestellter Regisseur am Theaterinstitut der Universität von Chile war. Jara, Sohn von Bauern und Ex-Seminarist, ist etwas größer als Reed. Beide kommen vom Land, beide hatten unter den religiösen Vorurteilen ihrer Väter zu leiden. Andererseits sind die chilenischen Folkloresänger stark beeinflusst von Violeta Parra, die bereits in der Sowjetunion gewesen war und noch viele Male dorthin fuhr, bis sie schließlich ihren Wohnsitz in Paris nahm, was günstig für ihre Mobilität zwischen den Kontinenten war. Die Kommunistische Partei Chiles hatte viele Anhänger unter den Musikern und Künstlern. Genauso war es in Argentinien, wo Reed zum ersten Mal hinfährt, um einige Fernsehauftritte zu absolvieren.

In Argentinien

So wie er in Chile Parra und Jara besucht hatte, nimmt er in Argentinien Kontakt auf mit Horacio Guarany und einigen Künstlern, die mit der Kommunistischen Partei in Verbindung stehen. Aber die Überquerung der Kordilleren scheint ihm geeignet, sich einen neuen Luxus zu gönnen: das Kokettieren mit der Frivolität. Und die Frivolität hatte damals einen Namen: die Neue Welle. Und die Neue Welle in Argentinien hatte sogar Namen und Gesicht: Ramón Ortega.

Vielleicht war es auf der Tournee von Carlinhos und seiner Gruppe, als Ortega, damals ein junger Schlagzeuger, Dean Reed kennenlernte. Der Cowboy hat nie von diesem ersten Treffen erzählt. Und Ortega hat heute Wichtigeres zu tun, als sich an den Blonden zu erinnern, der ihm fast die Braut wegschnappt. Wahr ist aber, dass sich Ortega nach jenem vermuteten Treffen in Chile von der Gruppe trennt und von einer dunklen Pension in Mendoza aus seine Karriere als Nery Nelson startet. Aber mit diesem ersten Künstlernamen ging schon bald ein anderer unter: Palito. Wie Reed trug Palito Ortega enganliegende Hosen (die seine schmalen Beine noch dünner erscheinen ließen und ihn zu seinem Pseudonym inspirierten: Palito = kleiner Stock). Auch er probte den Hüftschwung, ohne die Beine zu heben oder zu bewegen, und balancierte dabei die Arme von einer Seite zur anderen, wie zur Ankündigung des Twists, der bald darauf in Mode kam. Reed war 1958 vom Land in die Stadt gezogen, Palito nur zwei Jahre früher. Und Buenos Aires ist im Vergleich zu Tucumán etwa so, als würde man Hollywood und Wheat Ridge nebeneinanderstellen. Diese kuriosen Zufälle laufen in einem besonders bemerkenswerten zusammen: die Filmaufnahmen für zwei Spielfilme unter der Leitung von Enrique Carreras. In einem davon, er hieß "Mi primera novia" ("Meine erste Braut"), streiten sich Palito und Reed um keine geringere als Evangelina Salazar. Im wirklichen Leben gehörte sie zu dem Mann aus Tucumán, aber im Film triumphiert der Blonde.

Ich liebe meine Fahne

Die Mädchen aus dem Süden, die Dean Reed verfolgen, um ihm das Hemd auszuziehen, sind nicht nur hormongesteuert, sondern sie sprechen auch die gleiche Sprache wie Paton und die Liberalen in Kalifornien. Dean spricht sich seinerseits gegen die Atombombenversuche aus, die die Vereinigten Staaten im Südpazifik durchführen. Und als Zeichen des Protestes wäscht er das Sternenbanner vor der US-amerikanischen Botschaft in Santiago. Die Aktion erregt Aufsehen. Reed erscheint als Gefangener auf einem Foto und für den Rest seines Lebens spricht er von diesem Tag als dem Auslöser für seine Verwandlung zu einem Revolutionär. Reed erklärte, dass er an jenem Tag das Blut des vietnamesischen Volkes von der Fahne waschen wollte. Die Chilenen bemerkten jedoch ein kurioses Detail: Warum wusch er die Fahne mit Waschpulver anstatt sie zu verbrennen, wie es damals in solchen Fällen üblich war. Diese Nuance ist nicht unbedeutend: Dean wusch die Fahne, weil man sie seiner Meinung nach dadurch reinigen konnte, während das Verbrennen unwiderruflich gewesen wäre. Hätte Reed die Fahne verbrannt, hätte er alle Brücken hinter sich abgebrochen. Da er sie aber wäscht, kann er die Brücken noch nutzen, wenn er will. Und er wird sie nutzen.

Tatsächlich wurde Reed im Verlauf seines Lebens müde, vor dem Kamin seines Hauses in Berlin, wo die Fahne des Skandals hing, Interviews zu geben. Der Vollständigkeit halber ist zu erwähnen, dass Dean Reed nie erzählt hat, dass er nur deshalb noch am gleichen Tag wieder auf freien Fuß gesetzt wurde, weil das Konsulat interveniert hatte, obwohl es ihn wahrscheinlich auf der Liste der gefährlichen Personen hatte. Das ist eines der Details, das bevorzugt von denen erwähnt wird, die Dean Reed für einen der herausragendsten Agenten der CIA halten. Noch einmal: Wer ist Dean Reed?

In den Osten des Paradieses

Im Juni 1965, also im gleichen Jahr, in dem der Film "Mi primera novia" entsteht, reist Reed als - vermutlich argentinischer - Delegierter zum Friedenskongress in Helsinki. Warum und wie er dorthin gelangt, bleibt mysteriös. Nicht einmal Reggie Nadelson konnte dieses Rätsel lösen. Nadelson ist die fleißige Autorin des Buches "Comrade Rockstar", einer großartigen Biografie des Cowboys, dessen Schritten sie zehn Jahre lang gefolgt war. Hier wird das Geflecht von Beziehungen, Kontakten und Umständen, die es Reed ermöglichten, zu einem der herausragendsten Prominenten des Ostblocks aufzusteigen, ausführlich entwirrt.

Nach diesem ersten Kontakt mit der UdSSR kehrt Reed nach Buenos Aires zurück und findet eine veränderte politische Landschaft vor. Illia war durch Ongania ersetzt worden. Seine Erklärungen zu dem Friedenskongress in Helsinki sind Grund genug für die Behörden, ihn deportieren zu lassen. Das zumindest erklärte Dean jedes Mal, wenn er Gelegenheit dazu hatte, über seine Verwandlung vom Wurm zum Schmetterling, also vom Kapitalisten zum Kommunisten, zu erzählen. Jedem, der es sehen wollte, zeigte Reed ein Foto, auf dem er in einem Seiden-Smoking in Begleitung einiger lächelnder Polizisten zu sehen war, die ihm vor allem Bewunderung entgegenbrachten. Das Bild scheint nicht in die damalige Zeit zu passen. Andererseits gibt es außer den Bildern von diesen zwei heroischen Episoden nicht viele andere Fotos von Dean Reeds Wegen durch Buenos Aires oder Santiago. Wahr ist, dass Dean nach Rom ging (oder gegangen wurde), wo er in mehreren Italo-Western mitwirkte. Er spielte einen Korsar, einen Piraten, einen Karatekämpfer, auch Zorro und einen Glücksritter. Er reiste in dieser Zeit auch weiterhin in die UdSSR, bis er schließlich auf einem Filmfestival in Leipzig (Ostdeutschland) Renate Blume, eine deutsche Schauspielerin, kennenlernte, die er schließlich heiratete und mit der er bis zu seinem mysteriösen Tod im Juni 1986 im sechsten Stock des Gebäudes am Schmöckwitzer Damm (Ostberlin) lebte. Im Verlauf dieser 20 Jahre machte er Hunderte von Tourneen durch die ganze Sowjetunion, China, den Mittleren Osten, Kuba und Nikaragua. Er drehte antiamerikanische Filme in Rumänien und einen verblüffenden Dokumentarfilm über Victor Jara. Er sang für Arafat, für die vietnamesischen Soldaten, für die Sandinisten inmitten des Kampfes und sogar für Breshnew selbst, der sich genau wie Honecker oder Ceaucescu damit brüstete, ein "persönlicher Freund von Dinrrid" zu sein.

War es seinem Status als Star geschuldet, dass man es ihm so oft erlaubte, die Vereinigten Staaten zu besuchen? Der Gedanke, dass er desertieren könnte, passte nicht zu der Häufigkeit, mit der er reisen durfte, und das nicht nur in die USA, sondern auch nach London, Paris und in viele andere Städte der kapitalistischen Welt, ohne dass die Behörden irgendwelche Bedenken gehabt hätten. (Argentinien war dabei eine Ausnahme. Im Juli 1971 versuchte Reed zurückzukehren, aber die Regierung verweigerte ihm die Einreise. Er gelangte damals illegal über Uruguay ins Land, wurde verhaftet und nach Villa Devoto zu den anderen Gefangenen gebracht. Dort schnitt man ihm als erstes die Haare ab. "Das wird vielleicht der teuerste Haarschnitt meines Lebens", erklärte er der Zeitschrift "Siete Días", "denn am 13. beginnen die Filmaufnahmen zu einem Western, für den ich einen Vertrag unterschrieben habe. Wenn die Filmleute noch eine Woche auf mich warten, könnte ich den Film machen. Das Problem ist nur: Wie sollen wir ihnen erklären, dass die Figur, die ich spielen soll, kurze Haare wie ein Gefangener hat." Die Zeitung "Prawda" hatte geschrieben, dass "Reed sein Land aus Protest über den ungerechten Krieg in Vietnam verlassen hatte". Aber so kurios es auch ist, in all diesen Jahren legte der US-amerikanische Staatsbürger Dean Reed der Bundessteuerbehörde der Vereinigten Staaten jedes Jahr pünktlich im April seine Einkommenssteuererklärung vor.

Dean Reed hat immer noch Fans in vielen Teilen der Welt und es gibt sogar eine Website über ihn (www.deanreed.de). Immer wenn ich Gelegenheit dazu habe, mit Russen, Rumänen, Bulgaren oder Argentiniern zu sprechen, frage ich sie, ob sie sich an Dean Reed erinnern. Ich versuche, das Bild heraufzubeschwören, das mir damals am meisten gefallen hat, als ich die Autoaufkleber neu interpretierte. Am kuriosesten sind die Geheimnisse, die sich um seinen Tod ranken. Oder vielleicht ist er gar nicht tot? Es gibt Leute, die glauben, dass die CIA, die Reed angeblich 1963 angeworben hatte, ihn loswerden musste, als er nach Colorado zurückkehren wollte. Andere haben die Stasi (die Geheimpolizei im kommunistischen Deutschland) in Verdacht und erwähnen eine gewisse Summe von 300.000 Dollar, die Reed auf einer Bank in Westberlin hatte. Außerdem gibt es reichlich Vermutungen über neofaschistische Verschwörungen und eifersüchtige Ehemänner. Die romantischere Vermutung ist vielleicht die, dass Reed Selbstmord begangen hat, weil er ahnte, was ihm bevorstehen würde, wenn die US-amerikanischen Rockgruppen in den Osten Europas einfallen würden. Bisher gehörte ihm die kommunistische Welt fast allein. Aber nun füllten im Zuge der Perestroika auch Konkurrenten wie Billy Joel den Roten Platz und entlockten sogar der Mumie von Lenin Applaus.

Aber die endgültige Krönung ist dann doch die Version, die davon ausgeht, dass Dean Reed noch lebendig ist und mit seinen 67 Jahren irgendwo im Süden Argentiniens lebt. Wie Gott lebt Dean und es geht ihm gut in Argentinien.

übersetzt von Gerlind Michaelis

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Letzte Änderung: 2007-03-30